LAS REVOLUCIONES LIBERALES DEL SIGLO XIX EN EUROPA
La Revolución Francesa consolidó a la burguesía como la clase social que a partir de 1789 ejercería el dominio de la sociedad capitalista en distintos países.
A su prosperidad se sumó la construcción de la ideología liberal, que establecía en lo económico la premisa "dejar hacer, dejar pasar” que, en resumen, exige libertad de producción y de comercio, lo cual significaba que la economía debía permitir el libre juego de la oferta y la demanda sin la intervención del Estado, mientras en lo político impulsaba la división de poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial como opción frente a los gobiernos autocráticos de la nobleza y, en cuanto a los aspectos sociales, particularmente en la educación, se estableció el principio de laicidad que separaba el Estado de la Iglesia.
La clase obrera de reciente formación vivió las peores condiciones en el inicio de la Revolución Industrial y poco a poco fue creando organizaciones de trabajadores con las que luchó no sólo por mejorar su situación, sino que en algún momento se propuso tomar el poder.
EL PENSAMIENTO MARXISTA Y SU INFLUENCIA EN EL MOVIMIENTO OBRERO
La consolidación del poder económico de la burguesía en las sociedades capitalistas en los siglos XVIII Y XIX produjo gran desigualdad social, debido a que su riqueza se basó en la explotación de millones de personas que se vieron obligadas a vender su fuerza de trabajo, lo que ocasionó que los capitalistas se volvieran inmensamente ricos y los trabajadores cada vez más pobres. En consecuencia, se produjeron movimientos de organización y lucha, especialmente a partir del siglo XIX.
Karl Marx, pensador y filósofo alemán, creó la teoría y el programa para la lucha de los trabajadores en contra del capitalismo; para elaborarla tomó elementos de las tres corrientes de pensamiento más importantes de la época: el socialismo francés, la filosofía clásica alemana y la economía política clásica inglesa, lo que dio como resultado el materialismo y el socialismo científico.
Marx planteó que el modo de producción de la vida material condiciona la vida social, política y espiritual; es decir que el ser social determina su conciencia. Estableció una nueva teoría de la historia, planteada en el Manifiesto del Partido Comunista, que se convirtió en la teoría con que los trabajadores buscaron su emancipación en la sociedad. En su obra El capital, publicada por primera vez en 1867, describe la ley económica que guía el movimiento de la sociedad capitalista burguesa y el camino para cambiar el mundo.
El movimiento obrero
En la Europa de la primera mitad del siglo XIX, las organizaciones obreras, que eran prácticamente secretas y clandestinas por la represión que se ejercía contra ellas, tenían por objetivo tomar el poder por medio de conspiraciones de pequeños grupos, entre los que se cuentan los siguientes:
Socialistas utópicos. Consideraban el capitalismo como irracional e injusto. No veían el cambio social como una necesidad y proponían formas de solución parciales como cooperativas, falansterios y otras estructuras de ayuda mutua. Sus teóricos principales fueron Henri Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen.
Socialistas científicos. Utilizaron la teoría planteada por Karl Marx para tomar el poder y tras ello emprender la transformación de la sociedad. Sus teóricos fundamentales fueron el propio Marx y Frederich Engels.
Las ideas de Marx influyeron a numerosos grupos obreros. La lectura de sus escritos contribuyó a que la clase obrera adquiriera conciencia de su situación y propició la acción política y social de su movimiento, cuya vanguardia enarboló el pensamiento marxista para hacerse del poder por la fuerza. Los planteamientos políticos marxistas impulsaron también la formación de la organización internacional comunista y fueron fundamentales para oponerse a los proyectos de la burguesía y las corrientes anarquistas hacia finales del siglo XIX.
CONDICIONES DE VIDA DE LA CLASE OBRERA EN EL SIGLO XIX
Las ideas de Karl Marx no se podrían entender sin los cambios en las condiciones de trabajo que caracterizaron a las distintas sociedades industriales de finales del siglo XVIII y, sobre todo, del siglo XIX. En Inglaterra, donde inició la Revolución Industrial, se dieron las primeras transformaciones en las relaciones sociales y las condiciones de la nueva clase obrera, pero en todos los países que se industrializaron la situación de este sector fue muy difícil.
Los trabajadores que habían sido expulsados de sus tierras y se habían visto obligados a vender su fuerza de trabajo en las fábricas vivían una vida miserable, al mismo tiempo que avanzaba la concentración del capital. Todo el trabajo se efectuaba en malas condiciones: temperaturas muy altas o muy bajas, poca iluminación, humedad, manejo de productos tóxicos, salarios miserables y jornadas de trabajo de entre doce y dieciséis horas diarias. La explotación laboral abarcaba, por supuesto, a hombres, pero también a mujeres, niñas y niños.
Las zonas donde habitaban los trabajadores carecían de servicios y éstos vivían hacinados en lugares pequeños, insalubres y con mala ventilación. Su alimentación, basada en harina y papas, era muy deficiente y como con secuencia padecían raquitismo, tuberculosis y enfermedades respiratorias y digestivas, además de alcoholismo.
La situación de la clase obrera durante los primeros años de la industrialización era tan mala que Karl Marx afirmaba que, en la lucha por una situación mejor, los obreros no tenían nada que perder, excepto sus cadenas, y en cambio tenían un mundo por ganar.
LAS REVOLUCIONES DE 1830 Y 1848
Las revoluciones europeas de 1830 y 1848, de carácter liberal, se produjeron en Italia, Alemania, Polonia, Francia, España y Portugal, y tuvieron como objetivo derribar los gobiernos monárquicos establecidos tras la derrota de Napoleón Bonaparte y que representaban el resurgimiento del antiguo régimen. Estos movimientos triunfaron y restablecieron el liberalismo, pero únicamente en la parte occidental de Europa.
La clase obrera y sus organizaciones participaron al lado de la burguesía en la llamada Revolución de julio de 1830 para combatir a los “enemigos de sus enemigos”, según la expresión de Marx. Años después, en 1848, se produjeron movimientos en muchos países europeos, que tuvieron objetivos liberalistas, nacionalistas y sociales. En algunos casos, se volvió a intentar la instauración de gobiernos liberales de carácter parlamentario para eliminar las monarquías absolutistas, como en Francia; en otros, hubo movimientos nacionalistas para lograr independencia y unidad nacional, como en Italia y Alemania; otros más reclamaban mejores condiciones de vida. En muchos de ellos participaron los segmentos más pobres y las organizaciones obreras que padecían crisis alimentarias por las malas cosechas de los últimos años.
La crisis agraria produjo alza de precios, desempleo y disminución de salarios, pero la organización de los trabajadores no estaba madura y los movimientos de la clase obrera solamente se propusieron con quistar la república y obtener representación política; no aspiraban a alcanzar todo el poder.
Como resultado de esas revoluciones, en Francia se estableció la Segunda República, mientras en Prusia, Austria y otros estados se crearon monarquías constitucionales. En el Imperio austrohúngaro fueron derrotados los movimientos obreros. En el caso de Italia, no se alcanzó la unificación.
LOS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS DE UNIFICACIÓN: ALEMANIA E ITALIA
A inicios del siglo XIX, Alemania e Italia no tenían unidad política porque no habían logrado construir un Estado-nación a pesar de tener ciudades, puertos y regiones de gran importancia política y económica, así como pueblos participantes del desarrollo social y cultural europeo.
El caso de Alemania
Al empezar el siglo XIX, Alemania era un conglomerado político de reinos, principados y ducados que formaban parte del Sacro Imperio Romano Germánico, que siempre había contribuido a los adelantos tecnológicos de la ciencia europea, contaba con ciudades comerciales importantes, con banqueros y centros mercantiles que habían participado en el crecimiento económico de Europa y una gran tradición intelectual de enormes contribuciones a la filosofía, la música y la literatura.
Su estructura social tenía gobiernos aristocráticos encabezados por reyes, príncipes y duques, y sus relaciones sociales eran feudales. El campo era cultivado por siervos campesinos bajo el dominio de terratenientes.
En esas condiciones, Alemania no era un Estado-nación, lo que significaba un atraso respecto a las naciones que habían iniciado la Revolución Industrial y tenían unidad política.
En Alemania se produjeron grandes transformaciones desde el inicio del siglo XIX: se abolió la servidumbre personal en un proceso controlado desde el poder, que fríe la base para una agricultura más eficiente, y se instrumentó un proceso de unificación mediante tratados comerciales, como los establecidos por la Zollverein (Unión Aduanera de los Estados de Alemania) en 1834, que la convirtió en una zona de libre comercio.
A partir de 1840 empezó el despertar económico de Alemania, con el desarrollo de los ferrocarriles y la alianza entre banqueros e industriales, al tiempo que el país se organizaba bajo la dirección del Estado más importante: Prusia.
Además, los gobiernos alemanes se propusieron superar su inferioridad económica mediante un gran esfuerzo en el campo de la educación, e invirtieron en la instrucción secundaria, técnica y politécnica, con lo que rápidamente tomaron la iniciativa en las industrias basadas en la investigación científica, sobre todo la química y la electricidad.
Hacia 1860, había entre los alemanes de los diferentes estados muchos elementos propicios para su unificación. Bajo la dirección del estado prusiano, con el uso deliberado de la fuerza militar como instrumento de política nacional y con la exaltación de un nacionalismo radical dirigido por el primer ministro Otto von Bismarck, alcanzaron la unificación mediante la creación del Segundo Imperio Alemán o Segundo Reich (1871-1918).
La unificación italiana
En pleno siglo XIX Italia no era una nación, a pesar de contar con importantes ciudades con gran desarrollo industrial, comercial y cultural como Florencia, Pisa, Génova y Venecia.
Hacia 1830 se instalaron en el norte de la península itálica empresas textiles y una red ferroviaria que fomentaron un desarrollo económico que también alcanzó al campo. La región del Piamonte fue la impulsora de la unidad al hacer acuerdos con Francia y luchar contra el Imperio austrohúngaro, con el que entró en guerra en 1859.
Se creó la Sociedad Nacional Italiana con la participacióndel liberal Camilo Benso, conde de Cavour, que logró la anexión de Parma, Módena y Toscana. En 1860, con el Tratado de Turín, se acordó la reunión del Primer Parlamento Ampliado del Reino, y con la organización de Giuseppe Garibaldi, fundador del grupo de las Camisas Rojas en Génova, se alcanzó la incorporación de Reino de Nápoles.
En febrero de 1861, en asamblea de diputados de todas las regiones italianas, excepto Roma y Venecia, se proclamó la existencia de Italia como nación independiente.
El nacionalismo, como elemento del pensamiento político, tuvo gran influencia en el desarrollo de los sucesos del siglo XIX europeo. Junto con el pensamiento liberal y el conservador estuvo presente en las revoluciones de 1830 y 1848, así como en los procesos de unificación alemana de 1871 e italiana de 1861.
LA COMUNA DE PARÍS
El movimiento obrero tuvo un episodio especial y único en Francia, en 1871, cuando por vez primera en la historia tomó el poder político, pero por carecer de la capacidad política necesaria fue reprimido y aplastado por la burguesía, que tenía mayor fuerza y experiencia.
Desde el inicio de la Revolución Industrial, los trabajadores resistieron la explotación de múltiples maneras y con el paso del tiempo surgieron organizaciones y movimientos de acción política obrera; desde artesanos que se agrupaban en sociedades para defender los precios de su trabajo hasta hijos y nietos de obreros que reclamaban volver a las tierras de sus padres y abuelos. En el siglo XIX surgió, junto a la ideología liberal de los grupos burgueses en el poder, el pensamiento de los trabajadores, expresado por los marxistas, los socialistas utópicos y los anarquistas.
En las revoluciones de 1830 y 1848, los grupos que obtuvieron el mayor beneficio fueron los ricos burgueses y la aristocracia. Los obreros obtuvieron muy pocos beneficios, entre ellos, el voto universal de los hombres y la reducción de la jornada de trabajo en algunos países.
Con el avance del siglo XIX, los grupos obreros y los sindicatos, que fueron haciéndose más fuertes y organizados, establecieron el objetivo de tomar el poder.
La Comuna de París fue una de las acciones más significativas del movimiento obrero del siglo XIX, surgida cuando la clase trabajadora aprovechó la coyuntura del momento, dado que el imperio francés había caído ante el Reino de Prusia.
El vacío de poder permitió que los trabajadores franceses, mediante su organización, tomaran el gobierno durante tres meses. Entre las medidas adoptadas destacó la apropiación de las fábricas abandonadas en favor de los trabajadores. Al principio fue un movimiento confuso de participación de muchos grupos apoyados por tenderos, pequeños burgueses y republicanos burgueses, pero fueron los obreros quienes la dirigieron y se mantuvieron firmes hasta el final.
La Comuna armó a todo el pueblo, estableció el carácter laico de la educación, prohibió el trabajo nocturno en las panaderías, abolió el sistema de multas impuesto a los obreros y promulgó el decreto en virtud del cual todos los talleres abandonados por sus dueños debían ser entregados a cooperativas obreras.
El movimiento tomó en sus manos el gobierno, pero no tomó el Estado, es decir, la maquinaria utilizada para ejercer el poder y que incluye a los poderes legislativo y judicial, al ejército y a la policía. La burguesía se reorganizó, atacó a la Comuna y la reprimió con dureza. A pesar de todo, fue un intento destacado del movimiento obrero por tomar el poder.
La revolución liberal y el surgimiento de la industrialización impulsaron un desarro llo económico sin precedentes en la historia de la humanidad. No obstante, también alteraron las formas de vida comunitaria entre la población campesina y artesana. El posterior surgimiento de clases sociales, como los trabajadores asalariados, afectó las relaciones económicas, políticas y sociales del mundo occidental.
Se produjo la industrialización y la unificación de Alemania, convirtiéndola en una nueva potencia; así como el nacimiento de una Italia unificada. La clase obrera surgió como un importante poder social que adoptó las teorías marxistas, utopistas y anarquistas para orientar sus acciones y que alcanzó el poder por primera vez en 1871, al establecer la Comuna de París.